QUE ES 'LA SOMBRA DEL PUGIL'



"La sombra del púgil" narra tres obsesiones: un boxeador que desea volver a enfrentar al único adversario que logró vencerlo; un amor imborrable y al límite de lo prohibido; tres hijos que intentan conocer más a su padre. De fondo, los años setenta. En primer plano, una familia y dos tías solteras (inseparables rivales, como los púgiles) que atesoran un fabuloso reloj, testigo no tan mudo de los hechos. Berti ha escrito una fascinante novela que se inscribe en la prestigiosa tradición que une a Henry James, Faulkner y Onetti.


“Un verdadero talento innovador”
Paul Bailey, Daily Telegraph

"Una literatura muy personal e innovadora que proporciona al lector un formidable placer"
Gérard de Cortanze, Le Figaro

“Un escritor inclasificable, es decir, precioso"
Frédéric Vitoux, Le Nouvel Observateur

"Una prosa fluida, precisa y vigorosa"
Ernesto Schoo, La Nación

"El talento y la gracia de Eduardo Berti resultan totalmente indiscutibles"
Antón Castro, Abc

"Uno de los novelistas más originales y más dotados de todos cuantos hoy escriben en español"
Alberto Manguel


EDUARDO BERTI

Eduardo Berti nació en Buenos Aires, Argentina, en noviembre de 1964.

Su primer libro de ficción, la colección de cuentos "Los pájaros" (1994), fue elogiado por la crítica, obtuvo el Premio-Beca de la Revista Cultura y fue considerado como uno de los mejores libros del año por el diario Página/12.

A este libro le siguieron dos novelas de importante repercusión: "Agua" y "La mujer de Wakefield", ambas publicadas en Argentina y España por Tusquets Editores.

La primera fue traducida al francés (Le désordre électrique, Editions Grasset), al inglés (Agua, Pushkin Press) y al portugués (A Desordem Eletrica, Temas e Debates).

De "La mujer de Wakefield" hubo traducciones al japonés y al francés.
La versión francesa (Madame Wakefield, Grasset) fue finalista del prestigioso premio Fémina que se entrega en Francia al mejor libro extranjero del año.

En 1998, Berti se radicó por varios años en París (Francia), donde se desempeñó como periodista cultural y corresponsal para medios argentinos (Rolling Stone, TXT, etc), impartió cursos de escritura, plasmó el guión de la película "Nordeste" (dirigida por Juan Solanas, protagonizada por Carole Bouquet) y continuó con su obra literaria.

En el año 2002 publicó de forma simultánea en España y en Argentina (Emecé Editores) los cuentos muy breves de "La vida imposible" cuya traducción al francés, La vie impossible, editada por Actes Sud, recibió el premio Libralire-Fernando Aguirre que en ediciones anteriores ganaran Enrique Vila-Matas o Francisco Ayala.

Un año después reeditó (en versión corregida) Los pájaros, a través del sello madrileño Páginas de Espuma, especializado en relato y cuento.

Dos años más tarde llegó su muy bien recibida novela "Todos los Funes" (Anagrama Editores), finalista del prestigioso Premio Herralde. Votado como uno de los libros del año en el Times Literary Supplement de Gran Bretaña, "Todos los Funes" fue traducido al coreano y al francés.

En los últimos años, Berti se dedicó a traducir los cuadernos de apuntes del escritor norteamericano Nathaniel Hawthorne, los poemas de Silvia Barón Supervielle, el ensayo “Con Borges” de Alberto Manguel o la pequeña e bastante ignota novela “Lady Susan”, de Jane Austen, entre otros libros.

También publicó diversas antologías: desde “Galaxia Borges” (Adriana Hidalgo, 2007), en coautoría con Edgardo Cozarinsky, hasta “Nouvelles”, antología del nuevo cuento francés (Páginas de Espuma, 2006).

Además de escritor y traductor, Berti se ha desempeñado como periodista cultural y como guionista. Obtuvo diversos premios (entre ellos el Martín Fierro) por la realización de documentales sobre la música popular argentina. Publicó dos libros de ensayo periodístico: uno en colaboración con el cantante y compositor argentino Luis Alberto Spinetta, y otro ("Rockología") dedicado a analizar la evolución y las característica del llamado “rock argentino”.

Colaboró y lo sigue haciendo con los principales diarios de Buenos Aires (La Nación, Clarín, Página/12, Crítica), formó parte de la redacción cooperativa de la revista “El Porteño” durante los años ochenta, y asimismo escribe regularmente en “Letra Internacional” (ediciones de España, Alemania, Rumania o Dinamarca) y en “Letras Libres” (México y España).

Con respecto a sus últimas obras literarias, en 2007 editó un cuento largo (“Retrospectiva de Bernabé Lofeudo”) dentro de la colección “Un endroit où aller” que en Francia dirige y coordina Hubert Nysen, fundador del sello Actes Sud.

Ese mismo año, mientras Actes Sud editaba en bolsillo (colección Babel) "Madame Wakefield", también dio a conocer su primer libro no narrativo. Mezcla de prosa poética con “greguerías” en claro homenaje a Ramón Gómez de la Serna (“ramonerías”, las llama Berti) fue publicado en Francia, en edición bilingüe, por Editions Meet, y lleva por título "Los pequeños espejos/Les petits miroirs".

Abril de 2008 es la fecha de salida de su cuarta novela, "La sombra del púgil", editada por Norma (en Argentina y Colombia), La Otra Orilla (España, en junio de 2008) y nuevamente por Actes Sud (Francia), en enero de 2009.~


INICIO DE LA NOVELA


Corría el año setenta y seis, o a lo sumo el setenta y siete, y por entonces en casa de nuestras tías había un reloj con forma de catedral que no andaba nunca o casi nunca y que, sin ser muy grande en sí, era objetivamente grande para la mesa baja de madera y vidrio en que se hallaba y era también algo suntuoso para la habitación, o sea el oscuro comedor de aire asfixiante, donde entre muebles y adornos de escaso o nulo valor y de escaso o nulo interés ese reloj enseguida sobresalía como lo único atractivo, al menos para nuestros ojos infantiles.


COMENTARIO EN BABELIA


Comentario de “La sombra del púgil” (La otra orilla) por Lluis Satorras, publicado en Babelia (El País, España). Sábado 22 de noviembre de 2008



El argentino Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964) presenta su cuarta novela, realmente estupenda, en la que resaltan sus temas predilectos. De una sencilla anéctoda brota la compleja narración: un boxeador de trayectoria mediocre vence en su último combate a quién sería después un campeón indiscutible, el cual herido en su orgullo, le persigue, años despúes, para que le conceda la revancha. Mediante un muy hábil y original mecanismo narrativo, Berti presenta una Buenos Aires recóndita y espectral y un dibujo cuidadoso y agudo de las relaciones familiares. El narrador es plural. Son tres hermanos, todos varones que se llevan pocos años, sólo individualizados en determinadas ocasiones para producirse enseguida el reagrupamiento general, que hablan desde el presente, cuando ya son adultos, y exploran el pasado del que tienen un conocimiento imperfecto o incluso radicalmente equivocado. El material principal son los copiosos relatos del padre, positivamente ciertos pero también adornados de fantasía y completados por los posteriores comentarios de la madre. Largas y razonadas explicaciones, sucesivas sedimentaciones llegadas en perpetua confusión temporal van conformando un edificio precario pero consistente. Sucesos y más sucesos llenos de simetrías y contrastes, de sorprendentes paralelismos y de divertidas casualidades alientan en los oyentes la necesidad de seguir escuchando y de llegar a conocer el final de la historila. Por eso, los hermanos, primeros oyentes fascinados, se ponen “a investigar y a completar los resquicios” para conocer y adivinar el mundo brusco y masculino del boxeo y el universo cerrado de sus tías solteronas tan cortazarianas y, finalmente, reescribir parte de la historia. Así, el lector llega a saber, y Berti convierte este material en una buena manera de explicarnos cómo construye el novelista sus edificios narrativos, y es ya, entonces, otra cosa con gestos e imágenes y detalles prodigiosos que en la vida real no pueden ser advertidos a simple vista. Sí en la literatura. Y resulta verdaderamente admirable.



EL OSCILANTE PODER DE LOS SIMBOLOS


Comentario de "La sombra del púgil", publicado en junio de 2008 en ADN Cultura, diario La Nación, Buenos Aires, Argentina



Por Soledad Quereilhac

Para LA NACION


"Toda familia, cuando acaba de dispersarse, conserva un símbolo que siempre, en adelante, evocará para sus miembros la noción de hogar." Con este epígrafe de la escritora británica Rumer Godden comienza la nueva novela de Eduardo Berti, La sombra del púgil , y puede decirse que en este caso la cita funciona, efectivamente, como sintética y eficaz clave de lectura. Porque en esta novela situada en Buenos Aires, que reconstruye una historia familiar vista desde los recuerdos de tres hijos varones, hay, al menos, dos símbolos que condensan esa mezcla irrepetible de asombro, afecto y entendimiento a medias que caracteriza las vivencias de la infancia: un reloj antiguo con forma de catedral, propiedad de dos tías solteronas, y la figura de un mítico boxeador, escondida en el pasado del cerrajero, a la sazón también relojero, del barrio. Objetos y figuras del pasado que, con el correr del tiempo, se despegan del resto del escenario caduco y cobran la fuerza de símbolos en donde las líneas de la percepción, las relaciones filiales y los relatos orales se intersecan con particular sentido. Gracias a la presencia de esos dos símbolos, La sombra del púgil hace transitar su historia por un doble carril: el que recupera la mirada infantil, aquella que se fascinaba con el boxeador-superhéroe del barrio o que, en cada visita a las tías, sospechaba que el arrítmico reloj era una "criatura viva"; y el que sigue el surgimiento de la mirada adulta, aquella que repone el costado sórdido del otrora púgil, o que finalmente descubre ese "factor terrenal y no tan arbitrario" que debía poner a andar el reloj, "un factor que entonces se nos escapaba."

Traductor, guionista y periodista cultural, Eduardo Berti es autor de los libros de cuentos Los pájaros (1994) y La vida imposible (2002), así como de las novelas Agua (1997), La mujer de Wakefield (1999) y Todos los Funes (2004), esta última finalista del Premio Herralde. Su cuarta novela es, en varios sentidos, diferente de su producción anterior, ya que es la primera que se sitúa en Buenos Aires, en un tiempo relativamente cercano, y que está narrada por una curiosa voz en primera persona del plural, cuyo pacto con el lector es más íntimo, y su tono, ciertamente coloquial. Con todo, la continuidad con sus libros anteriores está presente en la reaparición del recurso de la rescritura como atizador de la ficción: así como en La mujer de Wakefield, Berti retomaba elementos apenas insinuados en el célebre relato de Nathaniel Hawthorne, y en Todos los Funes jugaba con el conjunto de personajes literarios de apellido homónimo, en La sombra del púgil esa rescritura ya no dialoga con la tradición libresca, sino que es lo que parece hacer avanzar, tanto a nivel de la historia como del funcionamiento discursivo de esa familia, las diferentes versiones de los hechos, que se van completando o contradiciendo a medida que se suman años y secretos develados.


Así, la historia de Justino, el púgil del título, que el padre va narrando noche a noche en la sobremesa con arrebatos algo fantasiosos (para deleite de sus hijos), se retoma más tarde con la información aportada por la madre, por los hijos ya adultos y, sobre todo, por la irrupción de jugosas cartas de amor. Esta historia se ensambla también con las súbitas resucitaciones del "reloj catedral", detrás de las cuales vela, efectivamente, la sombra del púgil, devenido relojero.

Entre los aciertos de esta trama familiar que sabe aprovechar el oscilante poder evocador de los símbolos cuando ellos pertenecen al pasado, está sin duda la original construcción de la voz narradora, una especie de colectivo interpersonal que al decir "nosotros" produce más extrañamiento que tranquilidad. Porque ese plural, que remite a los tres hermanos varones a la vez, parece ser en realidad, por momentos, una voz singular móvil, adjudicable a uno de los hermanos por su modo de referirse a los otros dos; pero en otras ocasiones, esa voz parece pertenecer a un punto de vista en tercera persona, cercano en las vivencias aunque distante en su mirada de conjunto. Por último, esa voz también remite a una enunciación generacional, aunque no en términos extendidos socialmente, sino acotada a la generación de los hijos en ese escalafón familiar particular. En todo caso, el efecto mayor de ese colectivo es el de reforzar la relación de pertenencia de estas voces con la familia de la infancia, una relación que ya no existe en la adultez sino bajo la forma de la nostalgia.

El tiempo histórico también ingresa en la novela, aunque en las formas en que este suele dejar sus marcas cuando la percepción es la de un niño amparado en el seno de su familia: los años de la dictadura, atisbados en algunas incómodas anécdotas con el padre; o el aún vigente estrellato mediático del boxeo, acaso su última marca posible en una memoria infantil, ya que la generación siguiente solo podrá jactarse de la fascinación por Titanes en el Ring . Todo este universo novelístico se va tejiendo gracias a otra afortunada elección formal: la de un registro coloquial efectivo por su artificialidad, por su articulación de lo aprendido en literaturas rioplatenses anteriores con una búsqueda estrictamente literaria de distanciar el lenguaje de sus usos más frecuentes y hacerlo hablar un estilo nuevo.

La sombra del púgil es, en este sentido, de esas pocas novelas que, tras la fluidez de su trama, tras el efecto adictivo de lectura que despierta ese micro-mundo de tías, relojes y boxeo, permite detectar un trabajo consciente con las formas, una relación no inocente con la literatura.



HISTORIA DE UN RELOJ


Comentario de “La sombra del púgil”, a cargo de Juan David Correa Ulloa, publicado en “El espectador” de Colombia, junio de 2008.



Por Juan David Correa Ulloa


Más allá de su especificidad, lo que importa, en verdad, es la carga emocional y simbólica de quienes lo conservan o lo desean. En este caso, la historia de un reloj es el motivo por el cual tres hermanos, en voz plural, han decidido contarnos la vida de su familia.

“La sombra del púgil”, de Eduardo Berti (La Otra Orilla, 2008), recoge la vida de dos tías solteronas, de un padre empleado e inventor de historias, de una madre rebelde pero juiciosa ama de casa y de un boxeador que perdió, con los años, la gracia del ring, durante los años setenta en Argentina.

Lo interesante es que no se trata de una novela más sobre el fracaso de un ídolo deportivo, ni de una manera de construir metáforas desde el deporte para aplicárselas a la vida. No. La novela es una muestra de destreza narrativa. Berti, quien ya había demostrado su talento en “Todos los Funes” (finalista del Premio Herralde de Novela 2004) o con “Los pájaros” (un libro de cuentos memorable), ha sabido escribir una historia un tanto extraña que recuerda por momentos la escritura del Cortázar cuentista o del Onetti novelista.

Con esto quiero decir que a partir de un estilo casi oral, con comas que llevan a más comas y digresiones que recuerdan a los dos escritores mencionados, Berti nos convierte en testigos del mundo interior de una familia de clase media cuyos conflictos son banales y cotidianos, pero que, con el discurrir del relato, configuran un universo en el que, poco a poco, comprendemos que lo que se va evidenciando es la verdadera vida.

Por ello, quien comience esta novela se sentará en la sala de las solteronas Hernández y las verá discutir por años hasta quedarse en el silencio tenso de las relaciones que se estropean por los secretos familiares. Verá a los tres narradores contemplar alelados un viejo reloj en forma de catedral que es símbolo de la familia. Verá al padre sentarse noche tras noche para contar la historia del relojero, que en el pasado fue boxeador, y verá a una madre que decide cómo y hasta dónde se cuenta la historia del boxeador o de sus hermanas.

Y los verá como muchos asistimos a la sala de nuestra casa en donde todos hablan al tiempo, en donde se atropellan las conversaciones, o a partir de un comentario cualquiera se disparan los recuerdos. Y hasta allí sentirá que el norte no está claro, que las tías Aurelia y Berta pelean por algo que no nos han revelado, que la madre de los narradores se fue de casa sin que sepamos muy bien por qué, y que Justino, un viejo púgil hijo de un relojero, no tiene mucha razón de ser en el relato pues apenas ha aparecido un par de veces para intentar arreglar el reloj (que sí, que guarda todos los secretos del mundo); ese reloj que los mira a todos como testigo mudo y que nosotros, como lectores, no terminamos de encajar en la historia.

Así, dando pasos de ciego, avanzando a tientas con los personajes, de repente Berti descorre las cortinas y cada pieza suelta, cada piñón, cada segundo y minuto de la vida de esta familia, encuentra lugar en este mecanismo que suponíamos averiado, detenido, sin tiempo. Y conocemos de primera mano una turbia historia de amor, un combate aplazado, y sentimos que este es uno de esos encuentros que los lectores siempre merecemos.


ENTREVISTA EN ADN CULTURA

Por María Sonia Cristoff
Para LA NACION/ADNCultura


Sólo porque es el intervalo pascual, la entrevista puede transcurrir afuera, en una mesa de bar de Palermo, sin riesgo de que los ruidos impidan oír todo lo dicho. Podría decirse que con esa misma cualidad -latente, pero sin énfasis-, la ciudad aparece en la novela que Eduardo Berti acaba de publicar, “La sombra del púgil” (Norma), en la cual varias historias se van entretejiendo y remiten a una Buenos Aires que no aparece nunca descrita pero en cambio sí invocada en su atmósfera, su ritmo, sus ritos, su espanto. Antes de esta novela, salvo por algunos cuentos de su primer libro, “Los pájaros”, y por algunos episodios de su novela “Todos los Funes”, la narrativa de Eduardo Berti no había tomado nunca como locación central la Argentina ni tampoco ninguna ciudad, país o territorio que pudiera tener, por la razón que fuera, la marca de lo muy familiar.

-¿Cómo se produce este giro?

-Creo que es algo que siempre estuvo ahí. Mientras trabajaba en una historia que transcurría en Inglaterra, en Portugal o en Francia, de algún modo percibía que estaba postergando la novela que transcurriera en la Argentina. Sencillamente me pasaba que, para escribir en la línea que a mí me interesa, no encontraba la distancia justa para trabajar con cosas cercanas en espacio y en tiempo. O, definiéndolo por la afirmativa, me tentaba más ambientar en otros lugares e incluso en otras épocas, me liberaba más. Un poco como dice L. P. Hartley en las líneas iniciales de The Go-Between : "El pasado es un país extranjero". Creo que eligiendo un pasado y un lugar lejanos, me iba a una doble extranjería. En esta novela, sin embargo, me pareció que estaban dadas las condiciones para intentar un buen desafío, para renovarme. Lo peor que podría pasarme sería sentir que estoy escribiendo otra vez el mismo libro.

-Sin intentar reducirlo a una relación causa-efecto, ¿podría decirse que en esta decisión están presentes los años vividos en París, que el desplazamiento geográfico dejó huellas en tu escritura?

-El corazón de esta novela fue escrito en Europa, parte en Francia y parte en España. Acá sencillamente la revisé. Creo que haber estado casi ocho años viviendo afuera fue crucial. Si no hubiese tenido esa distancia, no podría haber ambientado la novela acá. Tengo tendencia a huir de la literatura muy mimética, en la que se reconocen cosas. Al contrario, me gusta que las cosas aparezcan extrañas, o en todo caso que se muestren con otra luz y otra perspectiva. No por eso hablo del extrañamiento clásico, el de un cuento de Julio Cortázar o de Dino Buzzati, por ejemplo; más bien me interesa que se genere el efecto de un pequeño corrimiento. La distancia geográfica facilitó eso por el inevitable extrañamiento que se produce con respecto a la propia lengua, lo que para mí fue fundamental para evitar clichés, formas reconocibles como actuales. Me interesaba trabajar con el concepto de oralidad pero no de naturalidad en el lenguaje. Por otra parte, ocurre que varias de las historias que se cruzan en esta novela son versiones de hechos que pasaron en mi familia y en la familia de mi mujer. Todo ese mundo, que era puro presente, pasó en muy pocos años, justamente en los que coincidieron con mi viaje, a formar parte del pasado: los personajes implicados en ellas ya están muertos. El país cambió, yo también, ellos también. Las cosas entonces siguieron siendo familiares, pero a la vez en muy poco tiempo se volvieron distantes. Yo me siento a gusto escribiendo con esa mezcla de distancia y familiaridad, que en la tradición argentina encontramos en la literatura de Silvina Ocampo o en ciertos cuentos de Juan José Hernández.



Eduardo Berti parece escribir a contrapelo de Leon Tolstoi no solo en lo que concierne a la recomendación de pintar la propia aldea, sino también, en La sombra del púgil , respecto del célebre pasaje de Anna Karenina que implícitamente sugiere que la felicidad familiar no podrá ser nunca material narrativo interesante. Si bien la novela plantea una mirada crítica sobre la estrechez, "el radio reducido, endógeno" que proponen las familias, y aunque tiene también varias, más bien muchas líneas de lectura que remiten a las formas más disímiles de la infelicidad, en forma paralela La sombra del púgil logra conformar, alrededor del pequeño núcleo conformado por padre, madre y tres hermanos que todas las noches se reúne alrededor de la mesa, una atmósfera en la que se entrecruzan complicidad, curiosidad por los otros, ausencia de reproches. En la audacia para abordar los momentos felices y en la forma sutil en que está resuelto ese tema muchísimo más espinoso que otros con fama de riesgo, esas cenas recuerdan el poema narrativo de Drummond de Andrade, La mesa , donde los vínculos familiares están abordados como pocas veces en la historia de la literatura. Claro que en La sombra del púgil esos encuentros alumbrados por las historias que el padre va desplegando son destellos, instantes, incluso hasta pueden ser leídos como forma de acallar los horrores circundantes.

-¿Qué te planteaste al abordar el tal vez más complejo de esos horrores, los años de la última dictadura militar?

-En principio me pareció que, como el punto de vista narrativo corresponde a alguien de mi generación, nacido durante los años sesenta, el relato tenía que estar atravesado por el universo de los padres. Sus miedos, sus silencios, sus evasivas mediaron irremediablemente la forma en que mi generación vivió la dictadura. Y fundamentalmente me planteé hablar de lo gris. Como decía Primo Levi, hay millones de grados de gris, y si no se trabaja sobre esos matices, no se puede entender la historia. Porque, si no, el riesgo es pensar que todos los que no fueron ni víctimas ni victimarios fueron necesariamente cómplices de las víctimas o de los victimarios. No, no creo que haya sido así, creo que es mucho más complejo. Está ese padre testigo, que trabaja en la biblioteca y en el archivo del Congreso en una época tremenda y que no por eso es responsable de lo que ocurre, y que a la vez, en ese encuentro casual que tiene con una pareja de exiliados durante esas vacaciones en Brasil, se niega a hacer algo que, justamente desde su trabajo, podría haber ayudado a rastrear el paradero de tres personas desaparecidas. A mí me interesaba mostrarlo así, en toda su contradicción, y en todo caso mostrar que para los hijos es mucho más complicado tener que lidiar también con esa contradicción. Desde la perspectiva de los hijos, sería mucho más simple juzgarlo que, como ocurre en un momento con el hermano mayor, tergiversar esa anécdota del Brasil. Contarla de otro modo es su propia forma de decir que hubiese deseado que su padre no hubiera actuado así, de intentar sacarse de encima la incomodidad que también a él, como hijo, el recuerdo le provoca.

El recurso al que apela ese hermano mayor, que en un momento dado reescribe la historia familiar y al hacerlo dice mucho sobre sí mismo, es un mecanismo común a todos los personajes de esta novela: a los tres hermanos que llevan adelante la voz narradora, a sus padres, a sus dos tías enigmáticas y a Justino, el púgil. Este sistema fragmentario de narración hace de La sombra del púgil una novela que va conformando un lector adictivo, entregado a lo que esos microrrelatos van revelando, y a la vez activo, dispuesto a confiar menos en lo que cualquiera de los personajes asegura que en sus propias deducciones e hipótesis. Las otras versiones que complementan o contradicen lo dicho, las vueltas de tuerca y las relecturas no son nuevas en las novelas de Eduardo Berti: se hacen presentes a través de lo que se deja saber en el final de Agua , de las coincidencias onomásticas y fantasías de plagio que envuelven al personaje central de Todos los Funes , y en la complementariedad que La mujer de Wakefield establece respecto del célebre cuento "Wakefield" de Nathaniel Hawthorne. Un guiño a esta reescritura constante, a esta circulación inevitable de versiones e historias que está presente en la literatura y también en nuestros relatos cotidianos, aparece también en el libro que el año pasado Eduardo Berti publicó en conjunto con Edgardo Cozarinsky, Galaxia Borges. En él se compilan textos de dieciséis autores que, en la vida o en su obra, estuvieron próximos a Borges y que dan lugar al interesante concepto de galaxia, usado por ambos compiladores para referirse a "esa suerte de telaraña que une a diferentes escritores que supieron cumplir roles de lo más variados: maestros o discípulos, rivales o cómplices, interlocutores varios, colaboradores cercanos, coautores ocasionales".

-Podría decirse que tu obra viene desde hace tiempo trabajando conceptos como la originalidad, la copia y las apropiaciones. ¿Qué dirías acerca de esa reflexión que parece ser una constante en tu narrativa y que últimamente ha dado lugar a muchas reyertas y a unas pocas intervenciones críticas?

-Creo que el trabajo intertextual, que preferiría llamar la reescritura, no es un recurso posmoderno, como a veces se dice. Es algo que viene desde mucho antes: tenemos a Babrio y a Fedro reescribiendo las fábulas de Esopo, que después fueron reescritas por los predicadores de la Edad Media, hasta llegar a Augusto Monterroso o Ambrose Bierce, que las reescriben en el siglo XX: esa moneda que gira es justamente la que funda la literatura, esa necesidad de reescribir es uno de sus motores más fuertes. La Antología de Spoon River de Edgar Lee Masters, por ejemplo, que cuenta la historia coral de un pueblo a través de sus epitafios y que durante muchos años fue para mí uno de los libros más originales que había leído, tiene su antecedente directo en la Antología Palatina , uno de cuyos libros está íntegramente constituido por epitafios. Y eso sin embargo no le quita nada al libro de Edgar Lee Masters, que escribe otra historia e incluso hace un guiño manteniendo la palabra "antología". La originalidad no es más que un mito romántico. En todo caso, la originalidad está en que no "nos copiemos" todos de lo mismo: quiero decir, todos tenemos lecturas distintas, incluso hechas en momentos distintos, influencias distintas, y por eso escribimos distintas cosas. Me parece que una cosa son esas apropiaciones, de las que está hecha la historia de la literatura, y otra muy distinta es un plagio.

En La sombra del púgil , esa mirada fragmentaria y múltiple se destaca aún más al ser la primera de las novelas de Eduardo Berti que abandona la perspectiva exterior, la mirada en tercera persona, para optar por una voz narradora en primera persona del plural que va circulando entre los tres hermanos. Por momentos parece pertenecerle a uno de los tres; por momentos, a otro. Al final, cada lector hará su apuesta. El mayor de los hermanos es historiador; el del medio, biólogo; el tercero, periodista: profesiones que, aseguran, tienen todas la matriz del afán investigativo que el padre les inculcó en aquellas cenas familiares repletas de relatos y versiones sin completar. Tres que comparten, que agregan, que construyen. Más o menos así trabajaba Eduardo Berti en su adolescencia, dice, cuando con dos amigos fundó una revista subte directamente relacionada con un tema que, al igual que el punto de vista narrativo y la locación argentina, sorprende en esta última novela suya: el boxeo, el cual da lugar a una de las historias más apasionantes que el padre de La sombra del púgil tiene para contar.

-¿Cómo fue que aquella experiencia se transformó hoy en material narrativo? ¿Siguió siendo asidua tu relación con el boxeo?

-Hoy, cuando las peleas se ven tan bien que no hay nada que reponer en la transmisión, ese interés se ha ido desdibujando, pero en mi adolescencia seguí muy de cerca el universo del boxeo. En aquella época de la revista estábamos totalmente interesados -en algunos casos, subyugados- por personajes como Bonavena, Galíndez, Monzón, Pascual Pérez; y también por Accavallo, el payaso boxeador, o Sergio Víctor Palma, el boxeador intelectual, o Nicolino Locche, que ganó el título del mundo esquivando más que golpeando. Y también por todos esos relatores como Dante Zavatarelli, que empezaba las transmisiones de fútbol diciendo: "Señoras, señores, augurios de una tarde feliz", o como Ulises Barrera, que comentaba las crónicas de boxeo haciendo referencia a un mito griego. No era tanto quién iba a ganar o perder lo que nos interesaba sino esas voces que rodeaban las peleas, los partidos, las historias que estaban detrás del deporte. Creo que a su manera es algo parecido a lo que les ocurre en esta novela a los tres hermanos con el reloj familiar, que juega un papel clave a lo largo del relato. Mientras que la generación previa estaba obsesionada por que el reloj diera la hora o no, a ellos este les interesa únicamente como portador de las claves, de las piezas que les permitirán completar la versión tripartita de la historia que ellos arman.~



ENTREVISTA EN PAGINA/12


"Recuerdos en blanco y negro" es el título de esta entrevista publicada en Página/12, Buenos Aires, Argentina.



Por Silvina Friera

Cuando las ideas golpean las puertas, el escritor las deja entrar, aunque lo sorprendan y lo descoloquen un poco. Todo empezó con el esbozo de un relato sobre la última pelea de un boxeador, en la época en que Eduardo Berti estaba escribiendo los cuentos de “La vida imposible”. Pronto se dio cuenta de que esa punta que asomaba se entretejía con otras historias que estaba maquinando y como “daba para más”, guardó la idea, dejó reposar esa pieza que después formaría un tríptico con dos tías solteronas inolvidables, Berta y Aurelia, enfrentadas por el amor de un boxeador retirado, que atesoran un fabuloso reloj catedral, y un padre que todas las noches, después de la cena, cautiva a sus hijos contando historias inventadas o reales para preservar a su familia de “los horrores de afuera”. A la dictadura no se la nombra, pero los personajes la sienten y la viven con un temor solapado –“mejor no saber ni repetir”–, replegados en sus casas.

Adictiva de principio a fin, “La sombra del púgil” (Norma) propone un giro geográfico y de estrategia narrativa en la obra de Berti. Es la primera novela que transcurre en Argentina, en una Buenos Aires apenas insinuada y descripta. Además, es la primera vez que el escritor apela a una voz narradora en primera persona del plural, especie de “monstruo de tres cabezas”, que circula entre los tres hermanos (el mayor, historiador; el del medio, biólogo, y el tercero, periodista), cuando en sus anteriores novelas, la perspectiva adoptada era la mirada en tercera persona.

Esta voz colectiva, lejos de manejarse con certezas, se modula a partir de las indagaciones, revisiones y reconstrucciones de los episodios narrados por el padre –archivista y bibliotecario de la Biblioteca del Congreso, un hombre que tuvo la fantasía de ser escritor– con los aportes de una madre que oficia de traductora entre sus hermanas, pero también entre el padre y los hijos. La historia de Justino comienza con la última pelea. Aunque lo justo hubiera sido un empate, el jurado decidió que el ganador fuera el veterano, en detrimento del otro boxeador, que sería el futuro campeón. “El mundo del boxeo vuelve mucho más explícito el tema de las limitaciones físicas concretas llegado el momento del retiro”, dice Berti en la entrevista con Página/12. “El boxeo es un deporte que ha marcado una época y que hoy está en retroceso en el gusto masivo; no digo que ya no guste, pero el boxeo en algún momento ocupó un lugar destacado en la trilogía fútbol-boxeo- automovilismo. El momento de oro del boxeo pasó, aunque siga habiendo figuras carismáticas como La Hiena Barrios o Locomotora Castro.”

–¿De dónde le viene su pasión por el boxeo? ¿Se la trasmitió su padre, como ocurre en la novela?

–No, para nada, a mi viejo no le gustaba mucho el deporte. Encima a mi viejo le molestaba tremendamente la cosa nacionalista que había detrás de Monzón, la selección nacional y la Copa Davis. En cambio, a mí siempre me interesó el deporte, pero más las historias o la mística que el resultado en sí. Me acuerdo de algunos resultados porque fueron determinantes, pero en otros casos sólo recuerdo las historias alrededor de los deportistas, sobre todo las historias de retiro, que siempre me impactaron.

–¿Qué le interesa de esas historias de retiro?

–Hay deportistas que se retiran muy temprano, a los treinta y pico, y aunque tienen su pasión puesta en una actividad, van a vivir más tiempo como ex de algo que fue central en sus vidas. Yo amo escribir, y si me dicen que desde los 35 hasta los 80 tengo que ser un ex escritor, me muero de angustia con la idea (se ríe). Bueno, Rulfo lo hizo, pero son muy pocos. El deporte es tremendo y debe ser muy duro el retiro, y más en el boxeo, donde es otro el que dice: “Basta, te van a matar”. En un deporte individual todo se vuelve mucho más claro; en el fútbol siempre hay uno en la cancha que toma aire mientras los otros corren. El boxeo y el tenis son como los unipersonales para los actores: no te podés apoyar en nadie, no hay tregua, no hay mucho disimulo.

–Ese boxeador retirado de la novela es funcional al telón de fondo de la trama: durante la dictadura el espacio público está cancelado, replegado, todo transcurre en las casas, del padre o de las tías, o en el café del club.

–Sí, es cierto y suena lógico. La verdad es que no lo pensé de este modo, no pensé que un boxeador retirado metaforiza a una sociedad replegada. Pero el deporte plantea una cuestión interesante en la época de la dictadura, porque quebró la prohibición de reunirse.Víctor Galíndez


La célebre pelea de Galíndez con Kates aparece mencionada en la novela como una historia contenida dentro de las historias más grandes. Después de esa pelea, que Galíndez gana por guapeza y casi de milagro, la gente lo acompaña por Buenos Aires, y dicen los historiadores que fue el primer acto masivo durante la dictadura. Esto plantea un problema: por un lado, a los milicos les venía muy bien el deporte como válvula de escape, pero también los primeros silbidos a Viola fueron en una cancha de fútbol. El deporte se les volvía un arma de doble filo. Pero es verdad que todo en la novela está en retirada y que esas historias que se cuentan en la mesa de la familia son un modo de tapar, de disimular o de sublimar. Yo tengo recuerdos en blanco y negro de la época de los milicos.

–Sin embargo, a pesar de ese contraste, ¿por qué optó por mostrar lo gris como posición ideológica, pero también como color de un período?

–Hay un juego bastante adrede y consciente en la novela con la televisión en blanco y negro, con un mundo en blanco y negro, pero que incluye toda la gama de grises. Primo Levi decía que no se puede entender lo que ocurrió en momentos tan intensos como el nazismo si no se trabaja los matices de lo gris. Esto no significa que todo el mundo sea culpable o inocente, sino que hay un montón de grises entre Astiz y los chicos desaparecidos; gente que no sabía nada y sabía, gente que sabía y tenía cierta responsabilidad, y gente que sabía y no tenía responsabilidad. Yo era menor de edad, tenía doce años, pero veía cómo mis padres hacían un enorme esfuerzo para que nosotros no supiéramos ciertas cosas, por el riesgo que significaba a esa edad hablar en el colegio. Saber y callar, callar sabiendo por qué estás callando, todo eso está jugado en una historia inventada, en la figura de ese padre que condensa también la impotencia de saber que tampoco se podía ayudar mucho. La actitud del padre en Brasil, ante el encuentro casual con una pareja de exiliados que busca averiguar el paradero de tres personas desaparecidas, está lejos de ser la que uno esperaría, pero por otra parte tampoco sé cuánto hubiera podido hacer... tal vez podría haber averiguado un poquito. Esto no quiere decir que los hijos acusen al padre de ser culpable, pero en esa zona de los grises, la actitud del padre no fue la ideal, y por eso uno de los hijos reescribe esa anécdota en Brasil. Pero el padre también cambia muchas historias. Las verdades que se cuentan en la novela son parciales; hay vueltas de tuerca, reescrituras que tienen que ver con deseos, con miedos, con malentendidos, con rumores familiares. Es interesante que las cosas se muevan en una novela, que el mundo de las primeras páginas se haya desplazado o se haya movido un poco la mirada. Si no, no sé si vale la pena tantas páginas leídas para que todo siga igual.~

PUGILIST'S SHADOW


Publicado en la revista “Críticas”, de Estados Unidos, el 15/8/2008


La sombra del púgil. (The Pugilist’s Shadow)
Reviewed by Sophie Lavoie, Univ. of New Brunswick, Fredericton


Now a resident of Paris, the Argentinian-born Berti, named a noteworthy author by the Times Literary Supplement, is the author of two story collections and four novels. Both his reworking of Nathaniel Hawthorne’s Wakefield, La mujer de Wakefield (Tusquets, 2002), which was nominated for France’s Femina prize, and Todos los Funes (Anagrama, 2004), short-listed for Spain’s Herralde Prize in 2004, have been translated into several languages, including French and Korean. This, his fourth novel, centers on the life of a family in Buenos Aires and their fascination with a boxer/clockmaker named Justino whose intricate life and ties to the family are later revealed. Told from the collective memory and voice of the three brothers and with the tumultuous 1970s Argentina as a historical backdrop, the novel weaves an enigmatic account of boxing, love, secrets, family ties, and time. The three brothers supply dates, events, and accounts as part of their quest to uncover the boxer’s shadow. As proof of his journalistic influences, Berti’s characterization is exemplary, and his characters are profoundly human, their stories told with a casual, conversational tone. Readers will surely empathize with the struggles Berti describes; the multiple versions of history these battles create make for very appealing reading. Recommended for public libraries with extensive Spanish-language collections and/or serving Argentineans, all academic libraries, and bookstores.

GOLPE A GOLPE


Entrevista de Marcelo Figueras, publicada en la revista “La Mano”, Buenos Aires, marzo de 2008.



Por Marcelo Figueras


Ahora es un señor escritor, un hombre de mundo, un padre de familia y un entrepreneur. El internacionalmente traducido autor de Agua, de La mujer de Wakefield, de Todos los Funes y de la flamante La sombra del púgil, también fundador, junto a Eduardo Milewicz y de David Fajn, de la editorial La Compañía. Pero cuando yo lo conocí era un cachorrito, parte de la camada que, junto a Marcelo Fernández Bitar, se crió a la sombra (una expresión desafortunada: habría que decir, en este caso, a la luz) de Pipo Lernoud: estos dos corrían, munidos de libretita, Bic azul y grabador, detrás de cada recital de rock que sonase en esta puta ciudad.

¿Dónde estaba la literatura en aquellas épocas? Eduardo Berti sostiene que, por debajo del multitasking rockero, el amor por la ficción estuvo siempre. Quizás alentado por aquellas tías solteras a las que de algún modo homenajea en La sombra del púgil, profesoras de literatura que vivían juntas pero tenían bibliotecas separadas –en las que por supuesto, muchos libros coincidían, duplicándose. “Una de ellas me prestaba la Olivetti celeste en la que escribí mis primeras cosas. Ya en la secundaria tenía lo que por entonces se llamaba ‘revista subte’, la editábamos con Marcelo (Fernández Bitar) y con otro amigo. Habíamos hecho una suerte de estudio de marketing primitivo y encontrado un nicho que las otras revistas no visitaban. ¡La nuestra era una revista ‘subte’, pero deportiva! Un día dimos con Fangio a través de la guía telefónica. Nos citó a las dos horas. Cuando llegamos, nos esperaba con leche con vainillas. Me asombró la voz que tenía: finita, finita. Como la de Gombrowicz”. Lo que va de Fangio a Gombrowicz, con escala en Lou Reed: una buena configuración del mundo imaginario de Eduardo Berti.

Quizás la efusión rockera tuviese que ver con el acercamiento a un universo narrativo (¿qué es una buena canción sino un cuento sonoro, una de las formas precursoras de la literatura comprimida que hoy está tan de moda? ¿acaso no era consciente Spinetta de estar encapsulando Kafka en cuatro estrofas?), antes que a un estilo de vida. “Yo no era Enrique Symns. Pipo (Lernoud) nos abrió la puerta, y de inmediato yo me sentí próximo a la mirada de un Miguel Grinberg, un tipo que venía de la literatura, que se carteaba con Allen Ginsberg, que ayudó a relanzar a Gombrowicz”, recuerda. Esa distancia crítica con el rock debe haber sido determinante a la hora de debutar en la literatura. Así como se mantuvo a prudente distancia de la carrera de Letras (“Iba de oyente. Recuerdo clases de Ricardo Piglia”, dice, mentando a otro que hurtó el cuerpo a Letras para que no interfiriese en su proceso creativo), Eduardo Berti decidió que su primera novela, Agua, no tendría nada que ver con el rock ni con su presente, en un tiempo en que la mayor parte de los escritores coetáneos concebían personajes que no se sacaban sus Ray Ban ni en la ducha, escuchaban Velvet Underground a toda hora y costeaban vicios nasales caros. “Si hubiese escrito una novela ‘rockera’ se la habría leido en clave”. Al estilo de Jorge Asís y Diario de la Argentina, apunto yo. Pero eso no lo habría beneficiado en nada. “¡Si yo siempre había tenido un pie adentro y otro afuera del rock!”

A esa altura, la temporada en Página 12 y el patrocinio de figuras como Juan Gelman y Homero Alsina Thevenet le habían proporcionado otro aire. Empezó a descubrir que la inmensa mayoría de sus artículos podían haber sido publicados un año más tarde sin perder vigencia, los asuntos que le interesaban excedían de modo literal los confines del periodismo diario. Así como necesitaba otra mecánica de escritura para sus relatos –el periodismo se hacía en la computadora, la ficción la escribía a mano-, se planteó la posibilidad de crearse otra relación con el tiempo: quizás la literatura dependiese de un modo distinto de ‘ser’ en el tiempo, fuera de redacciones, de deadlines –y hasta de los trágicos ciclos de la historia argentina.

Agua transcurre en Portugal en 1920. El protagonista, Luis Agua, llega a una aldea llamada Vila Natal para convencer a sus habitantes de las bondades de la luz eléctrica. A la manera de la gente de Vila Natal, el Berti que tomaba consciente distancia del rock se decía a sí mismo que no todo lo eléctrico es bueno por el simple hecho de serlo.

Cuando se concretó la primera traducción, Eduardo Berti vio su oportunidad de cumplir un viejo sueño, que define de la manera más colorida: “Quería sacarme la curiosidad, descubrir qué significa ser extranjero”. Hijo de un rumano criado en Francia, que tuteaba a sus hijos “pero a la hora del imperativo te trataba de usted”, Berti creció contemplando un plano de París que su padre había plantado sobre una pared. Cuando conoció a su actual mujer, descubrió que la madre de ella también tenía un plano de París pegado en su propia casa. (Otra duplicación, como la de las bibliotecas.) Los signos eran demasiados, ignorarlos hubiese sido catastrófico. Y así comenzó la etapa parisina de Berti and wife, el desarrollo de una experiencia –la de ser extranjero- que por primera vez en muchos años una generación argentina podía permitirse de manera voluntaria –esto es, no perseguida ni por la política ni por la crisis.

“En mi primer tiempo en París buscaba analogías. Tenía cerca la Place de l’Italie, del mismo modo en que en Buenos Aires había vivido cerca de Plaza Italia”. (Más duplicaciones.) La estadía le sirvió para desmitificar la ciudad de los planos. “Uno va descubriendo que en todos los sitios ocurren cosas similares. París también tiene barrios bravos o inhóspitos, sitios en los que el cartero deposita su bolsa en la esquina y sale corriendo”. Pero claro, también tiene sus rincones hospitalarios. “La posibilidad de ver todo el cine, en ciclos imperdibles. De comprarse todos los libros usados por dos pesos. De perderse en bibliotecas que lo tienen todo, Saer me decía que allí adentro el tiempo se detenía para él”.

¿Tuvo París algún efecto sobre la escritura? “Supongo que necesitaba distancia, no tanto de la lengua como del habla”. Procurarse un sitio de equilibrio, que alejase al escritor de la imitación del lenguaje cotidiano que Soriano siempre practicó bien y tantos otros tan mal; la búsqueda de un lenguaje propio pero nunca neutral, equidistante de las dicotomías que tendían a asfixiarlo, a asfixiarnos. (Borges versus Arlt, o las dos bibliotecas; la París real y la de los planos; la de la teoría de los dos demonios que determinó el relato de nuestras infancias y juventudes.) “Yo creo que la ficción tiene el deber de dudar, de no perderse los grises. Aceptar que no hay más que víctimas o victimarios es empobrecedor”. Le recuerdo que el grueso de la sociedad argentina reduce el genocidio de los años 70 a un entuerto entre victimarios (los militares) y víctimas (los desaparecidos, los exiliados), atribuyéndose a sí misma el conveniente rol de espectador pasivo, como si sus acciones y sus omisiones no hubiesen sido co-responsables de lo ocurrido. “Está claro que no somos inocentes, pero tampoco somos iguales a Astiz”. En esa vasta zona gris, en esa tierra baldía, cifra Eduardo Berti el deber ser de la literatura. Nada sería como es sin sus protagonistas, pero tampoco lo sería sin las circunstancias que lo ha hecho posible: ¿acaso hubiese sido tal como era el Wakefield de Hawthorne de no haber tenido la mujer que tuvo?

Berti desconfía de la territorialidad en materia de literatura, prefiere diseñarse un plano propio. “Me cuesta pensar en términos de país… Tiendo más bien a pensar en términos de idioma o, más libremente aún, de formas de abordar la literatura. Me siento más cerca de un francés como Paul Fournel o de un israelí como Etgar Keret que de algunos escritores argentinos. No por haber nacido a menos metros de distancia uno tiene que tener afinidades obligatorias”.

¿De dónde surgió la iniciativa de la editorial La Compañía? “Del mejor lugar posible, el del deseo. Estaba trabajando en un guión de cine con Eduardo Milewicz, el director de La vida según Muriel, de Sami y yo. Durante el proceso empezamos a hablar de la idea junto con David Fajn, que era uno de los productores”. La película no se hizo todavía, la historia de la cultura argentina del último siglo está definida por las cosas que se nos ocurren mientras no podemos hacer lo que queríamos hacer originalmente. Pero la editorial ya existe. Sus dos primeros títulos son Lady Susan, de Jane Austen, con traducción y posfacio de Berti, y La misma sangre, de William Goyen, con traducción y posfacio de Esther Cross. Le comento que nunca en mi vida había oido hablar de Goyen, pero que el cuento inicial, Preciada puerta, me pareció fabuloso. Responde que esa es parte de la gracia de la editorial. “La posibilidad de difundir para la gente escritores que admiro. En el fondo seguirá siendo siempre una editorial de lectores, de tipos que quieren compartir con los amigos lo que leen, que se las arreglan para traducir inéditos, que responden a la bronca de que determinadas cosas no se consigan en las librerías”.

La sombra del púgil es una historia narrada en primera persona, un recurso que suele remitir a la experiencia vivida –uno cuenta lo que le pasó, lo que sintió, lo que vio-, pero que Berti (re)tuerce para contar cosas que sólo se saben, o se intuyen, por interpósitas personas que procuran relatos imperfectos –contradictorios, incompletos, por ejemplo lo que dejan saber ciertas cartas discontinuadas. A pesar del tufillo nostálgico (el narrador remite la historia a su infancia, cuando oyó por primera vez del asunto), la cuestión de los relatos subordinados es de rigurosa actualidad: ¿o no vivimos todos en una sociedad que nos alimenta a relatos –el de lo real, el de la ley, el político, pero también en el micromanaging de lo cotidiano, como el código de colores que nos impone el semáforo- en los que creemos a pies juntillas, a pesar de que también resultan imperfectos, contradictorios e incompletos?

El título de la novela habla de un púgil en singular, aludiendo tal vez al boxeador que alguna vez cortejó a una de las tías solteronas. (O tal vez a las dos: ¡más duplicaciones!) Este hombre es una suerte de Bartleby, que ante cada oferta de un nuevo match sugiere que preferiría no hacerlo. Pero también existe otro púgil, uno al que el relato coloca más lejos –más a la sombra-, pero que resulta imprescindible en su condición de retador. Este es un anti-Bartleby, uno que insiste: ‘Preferiría hacerlo’, o sea combatir, cada vez que se le cuestiona su porfía. En buena medida todos estamos comprendidos por estas dos instancias, la de aquel que declina la oportunidad de hacer –y por ende decide permanecer idéntico a sí mismo- y la de aquel que persigue la posibilidad de cambiar. O para ponerlo de otro modo: la de aquel que acepta la versión que se le ofrece y la de aquel que la cuestiona.

Le pregunto para qué sirve la literatura y esquiva el bulto. La noción de utilidad lo inquieta, prefiere defender la noción de gratuidad. “Me acuerdo del chiste de Mafalda: no sabemos qué quiere decir ‘guau’, pero igual nos gustan los perros. Siempre habrá algún señor que nos explicará que un perro sirve para espantar amenazas o para hacernos compañía o para traernos el diario entre los dientes, y no le faltará razón. Pero yo creo que amamos a los perros y a los libros por razones más profundas, que no se pueden resumir en términos de utilidad”. Sin embargo se desdice dos veces (dos) a la manera del maestro Piglia, cuando sugiere que a Borges no hay que creerle lo que dice con sus opiniones sino lo que sostiene con su ficción. Primero Berti corrige, tamiza su propia adhesión a la gratuidad del arte. “Algunos días creo que la literatura sirve para recordarnos que el mundo podría ser de otras maneras, para demoler certezas y seguir formulando preguntas. Otros días en que me levanto más realista siento que está para nombrarnos, describirnos, enseñarnos a mirar de otra forma lo que creemos ya sabido” . O sea para cuestionar la naturaleza del relato oficial, proponiendo alternativas –una segunda versión.

Pero esencialmente se desdice con La sombra del púgil, a través de ese boxeador anti-Bartleby que no deja de cuestionar la versión de los hechos, el fallo del jurado que considera discutible. Ese púgil no dice ‘guau’, sino que gruñe y le enseña los dientes a una realidad que desconoce, porque no quiere reconocerse en ella. Ya no somos cachorritos, la hora de la leche y las vainillas quedó atrás. En estos tiempos de tanta literatura haciendo ‘guau’ de perrito faldero, me gustó que uno de los dos boxeadores de La sombra del púgil –aquel al que se mira desde más lejos porque se le teme, aquel al que todavía hay que animarse a mirar de cerca- se atreviese a mostrar los colmillos. ~

EN BLANCO Y NEGRO


Entrevista de Agustín Valle publicada en la revista Debate, Buenos Aires, Abril 2008



La nostalgia de los recuerdos infantiles tiene para los tiempos de dictadura una marca cromática: la época es en blanco y negro, y en los grises sobrevive lo humano. Ya adulto, el narrador de "La sombra del púgil", cuarta novela de Berti, recuerda que cada noche de aquellos años en la mesa familiar –ámbito privado por excelencia- el padre contaba a sus hijos la historia de Justino, boxeador retirado cuyo mayor logro deportivo había sido derrotar, en su última pelea, a un debutante que luego fue campeón nacional indiscutido. La remembranza, que también reconstruye tramas familiares, habilita un fino registro donde la inocencia infantil simplifica una expresión cargada al mismo tiempo de la lucidez de la experiencia acumulada. Abundan las frases largas, frases de un párrafo, pero jamás intrincadas.

Berti (Buenos Aires, 1964), quien regresó hace dos años tras nueve viviendo en París, es autor también de dos libros de cuentos, traductor y periodista cultural aquí y en varios otros países, y lleva a cabo, por otra parte, una difusión literaria casi militante, desde su muy interesante blog (www.eduardoberti.blogspot.com) y, ahora, desde una apuesta mayor: acaba de fundar (junto a sus amigos Eduardo Milewicz y David Fajn) una editorial, La Compañía, de la que conversó con Debate.

¿Cuál fue la búsqueda estilística en esta novela centrada en el arte de contar historias?

No concibo la literatura sin una búsqueda estilística. Es una búsqueda ardua y difícil que yo mismo defina; en todo caso puedo decir que, al escribir ficción, me preocupan muchas cosas que tienen que ver con el estilo: me interesa una prosa eufónica, un tono, una perspectiva interesante (llamémoslo punto de vista), una emoción y una trama bien construidas, entre muchas otras cosas.

El narrador recurre, para contar, a otros narradores (como el padre y la madre), ¿qué dicen la estructura y contenido de esta novela sobre el arte de narrar?

Esta novela, que no es meta textual como mis novelas anteriores “La mujer de Wakefield” y “Todos los Funes” [NdelaR: finalista del Premio Herralde] sí es, en cambio, autoconsciente: sin planteamientos teóricos (porque es una novela) expone ciertas ideas acerca de la narrativa. El padre de los narradores, y luego la madre, cuentan historias a la hora de la cena. Esto permite reflexionar sobre cómo se construye una historia, cómo se suscita la atención de los lectores, cómo se obtiene la así llamada verosimilitud, y otras cosas por el estilo. Esto no está en primer plano, puede leerse la novela sin tener todo esto en cuenta. Pero a mí me gusta que las novelas tengan claves de lectura y de relectura, y estas reflexiones acerca de la narrativa son, creo, claves de relectura.

¿Lo siente como un libro autobiográfico?

No lo siento como un libro autobiográfico del modo que Marcos Mayer planteó en ADN el fenómeno del "yo" narrador y "yo" escritor que se funden y confunden de formas muy interesantes e inquietantes. Sin embargo, claro, es la novela más cerca a mí, por época, por lugar, porque los hermanos narradores son de mi generación y vivieron cosas parecidas a las que viví yo. El otro día, releyendo “El arte de la novela”, de Milan Kundera, tropecé con una frase que define bastante cierto procedimiento de “La sombra del púgil”: dice Kundera que el novelista derriba la casa de su vida para, con las piedras, construir la casa de su novela. Yo tomé elementos de la historia de mi familia, y otros de la historia de la familia de mi mujer, y los demolí. Quedaría más pedante decir que los deconstruí, pero no, fue más brutal lo mío. Con las piedras, como dice el amigo checo, armé otra cosa, que no es fiel a la materia prima pero que en ciertas cosas se parece, claro.

En la novela, los padres evitan que sus hijos se enteren de “los horrores del mundo”. ¿Cómo cree que afectó a su generación ese cuidado paternal? El silencio rotundo puede ser un modo de la información.

A mí me pasa que recuerdo los tiempos de Videla en blanco y negro. Y también me pasa que, por la edad que tenía entonces, mi vínculo con la dictadura fue a través de los miedos, los silencios o los cuchicheos de mis padres y de la generación de mis padres. Esto último es bastante inevitable porque tenía once años y medio cuando fue el golpe a Isabel Perón. Mi familia vivía a media cuadra de la quinta presidencial. El miedo, la hiper seguridad que había, el muro de ladrillos que levantaron en lugar de la cerca de ligustrina que había antes, todo eso era pura información. Recuerdo que una mañana íbamos en auto, con mi viejo, y el auto tuvo la pésima idea de ahogarse y detenerse ante la quinta presidencial. Mi viejo prendió en el acto las luces del interior del auto y se bajó con las manos en alto; yo pensé que estaba loco. Pero apenas levanté los ojos, vi que un milico se acercaba al auto apuntándonos y con cara de pocos amigos. Anécdotas como estas hay miles, y son muy significativas.

Pasando al tema del boxeo, ¿lo entusiasmaba de chico lo mismo que ahora? Y, ¿por qué cree que ha menguado su presencia el folclore deportivo argentino?

El boxeo me entusiasma menos en la actualidad que de niño. Antes había menos categorías y menos asociaciones y confederaciones, por lo tanto los pocos campeones eran realmente brillantes. Seguramente el negocio de la TV minó un poco cierta aureola mítica que había con el boxeo a nivel internacional. A nivel local, no soy un experto pero sospecho que otros deportes como el tenis (tras Vilas y tras la legión actual) o el básquet (tras Ginóbili y la medalla olímpica) desplazaron un poco al boxeo, al turf o al automovilismo, sin que ello signifique el final ni nada por el estilo. El boxeo me interesó para mi novela porque es un deporte individual (“te quitan hasta el banquito cuando suena el gong”, decía Bonavena) pero también, siendo una novela que trabaja la idea de las "versiones" acerca de las historias, porque al margen de la resolución "natural" (el nocaut o el nocaut técnico), las peleas también se resuelven, cuando no sucede la caída de un púgil, con el fallo de un jurado, y eso no deja de ser una versión de la pelea, cuántos fallos se objetan, cuántos fallos chifla el publico.

¿Qué lo llevó al arrojo de fundar una editorial?

El deseo de que en las librerías puedan hallarse en castellano ciertos libros (fundamentalmente novelas o cuentos) que no están disponibles porque nunca fueron traducidos o porque están fuera de circulación desde hace tiempo. Es un acto de arrojo, sin dudas. Pero también de amor por la literatura. Nuestro objetivo es rescatar obras poco conocidas de autores que nos parecen centrales (por ejemplo "Lady Susan", ignota novela epistolar de Jane Austen) y, al mismo tiempo, editar libros que nos parecen fundamentales de autores poco conocidos, como por ejemplo “La misma sangre y otros cuentos”, de William Goyen.

¿Qué otros títulos planean editar?

Entre otras cosas, un texto inédito de Chejov con traducción y posfacio de Leopoldo Brizuela e introducción de Vlady Kociancich; un ensayo inédito en castellano de Nina Berberova, “Nabokov y su Lolita”, con traducción de Pedro B. Rey y posfacio (escrito especialmente para nosotros) de Hubert Nyssen, el fundador de Actes Sud y "descubridor" de Berberova; y un libro llamado “Catálogo de juguetes” de una autora italiana, Sandra Petrignani, con traducción de Guillermo Piro.

¿Cómo surgió el nombre La compañía?

Nos gustó la multiplicidad de significados. Por un lado la idea archi conocida de que los libros nos hacen compañía. Pero también la noción de catálogo editorial como elenco, como compañía de libros. Y en tercer lugar, el significado "empresarial" que hay en la palabra, totalmente novedoso para alguien como yo, que jamás había tenido un emprendimiento semejante.~

LAZOS DE FAMILIA


Comentario de "La sombra del púgil" publicado el domingo 20 de abril en el suplemento "Radar Libros" (Buenos Aires, Argentina)


Lazos de familia

Tías, relojes y boxeadores se entrecruzan en una novela llena de misterios. Eduardo Berti contó la historia de una familia que de tan particular, se vuelve universal.

Por Juan Pablo Bertazza

Henry James consideraba a "Lo que Maisie sabía" como “otro caso de crecimiento del gran roble a partir de una pequeña nuez”. Algo similar podría salir a decir Eduardo Berti sobre esta prolija enredadera narrativa que es su última novela, "La sombra del púgil". Tan así es que hasta podría afirmarse que el título sólo viene a hacer referencia a una de las ramas narrativas del libro en detrimento de las demás.

Durante las cenas de una familia tipo, se despliegan una serie de historias y anécdotas que tienen al padre como gran narrador y al resto de la familia como activo público. Si al principio son de índole fantástica, al estilo de los cuentos infantiles de los hermanos Grimm, la historia que cautiva definitivamente al auditorio es la de la endogámica y asfixiante familia de la esposa del narrador y madre de la familia, en un período que va desde la última dictadura militar hasta la crisis del 2001, aunque toda referencia política, como los mundiales, no son aquí sino meros mojones: dos tías más oscuras que Patty y Selma, un reloj imponente que dejó de funcionar y, entre muchos otros avatares, la historia de Justino, un boxeador con un único logro de carácter retroactivo, ya que su única victoria la obtuvo durante una dudosa pelea contra un púgil debutante que, con los años se convertiría en campeón nacional casi invicto.

Herencias, símbolos, simetrías, muñecas, obsesiones, mentiras piadosas y de las otras, regalos de boda, peleas y rencores se van entretejiendo con un sospechoso enduido, fruto de numerosas omisiones, blancos, comparaciones forzosas y vaguedades temporales que, lejos de obstaculizar el relato, van dibujando en el tapiz una sugestiva figura. A partir de lo que los franceses llaman mîse en abîme, "La sombra del púgil" hace engranar una interminable serie de cajitas chinas narrativas que levanta la cabeza de la ficción y se proyecta hacia otras posibilidades, con la propia dedicatoria de Berti (“A la memoria de mis tías: Nelly y Sara”).

El padre de la familia va recolectando la preciosa y escueta información de los personajes secundarios, todo lo cual es contado a su vez por un extrañísimo narrador conformado por los tres hijos de la familia nuclear, que es los tres hermanos al mismo tiempo, en un homenaje al número por excelencia de los cuentos infantiles –Los tres chanchitos, sin ir más lejos–.

Con una inteligencia emocional exenta de golpes bajos, "La sombra del púgil" trae entre colores sepias y postales de tiempos más felices, tanto las obsesiones más miserables como el irreemplazable amor de la familia. Pero además, ubicado entre "El gran pez" de Tim Burton y "Los adioses" de Onetti, este libro muestra una fascinación pragmática por lo más atávico de la literatura: el tramposo y mágico arte de narrar. Y así como dicen que un solo libro bien leído puede llevar –intertextualidad mediante– a toda una biblioteca, Berti lleva a la práctica la idea de que los acontecimientos de una sola familia bien contados pueden rozar todas las anécdotas que caben en el mundo.~



EN EL NOMBRE DEL PADRE


El diario Crítica de Buenos Aires publicó el 3 de mayo de 2008 la siguiente entrevista con motivo de la aparición de "La sombra del púgil".

Por Hernán Brienza

Eduardo Berti, autor de "Todos los Funes" y "La mujer de Wakefield", es una de las voces más interesante de la narrativa argentina actual. Nacido en 1964, este escritor, editor y periodista publicó en abril su nuevo libro "La sombra del púgil", una sutil novela sobre la relación entre tres hijos y su padre, quien les relata historias que están a medio camino entre la verdad y la módica mitología familiar. Actualmente en Francia, desde allí contestó las preguntas de Crítica de la Argentina.

Después de Todos los Funes, que es una novela con mucha intertextualidad, ¿por qué escribiste La sombra del púgil, una novela más formal, si se quiere?

–Estaba escribiendo los cuentos breves de La vida imposible y allí surgió una historia que dejé a un lado porque sentí que daba para más: la historia de un mediocre boxeador que en su último combate derrota a un púgil muy joven que debuta como profesional. Esta primera historia se combinó con otras que me venían rondando en los últimos tiempos. Historias de índole muy diferente: una romántica, otra familiar. Del entretejido final salió esta novela. La estructura la tuve bastante clara desde un inicio. Es algo vital para mí tener en claro la estructura y el punto de vista (la perspectiva), sin eso no puedo abordar una novela.


–¿Por qué vinculaste la acción con los años setenta y no hiciste una visión política?

–Porque hubiese sido lo más obvio, ¿no es cierto? Yo tuve primero la historia. Luego advertí que, por una serie de hechos que deseaba contar, la historia terminaría enmarcada en los años setenta. Entonces, pensé que así como el boxeo es importante pero al mismo tiempo está como fuera de campo (quiero decir que se habla de peleas, pero no se muestra ninguna en concreto, salvo una que está vista como fuera de foco, borrosa, confusa), de igual modo debía estar la política. Los narradores son niños y a ellos les llegan por vía indirecta (según los relatos de los mayores) tanto las leyendas vinculadas con el boxeo, como la humilde mitología familiar o la información política.


Bueno, pero el reloj marca una fuerte vinculación con el tiempo, con el pasado.

–Los narradores de esta novela son tres chicos que tienen alrededor de 10, 12 y 14 años en plena dictadura. El padre les cuenta historias del pasado (de sus antepasados, del boxeador ya retirado y sus combates, etc.) como un modo, acaso, de no hablar de lo que está ocurriendo en ese presente: la dictadura. Pero el presente se cuela de todos modos. Y cuando en los años posteriores, ya adultos, los hermanos se ponen a completar o a investigar los relatos del padre (y aun los de la madre, no siempre coincidentes) también ocurre, como no podría ser de otro modo, que su infancia y que la figura de su padre termina de dibujarse o, mejor dicho, adquiere una dimensión más compleja.


–¿Cuáles fueron las fuentes literarias de esta novela?

–Ésta es una novela que no trabaja las fuentes literarias de modo tan explícito como "La mujer de Wakefield" con el cuento "Wakefield" de Nathaniel Hawthorne, o como "Todos los Funes" con los personajes llamados Funes en la literatura en castellano (Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Augusto Roa Bastos, Horacio Quiroga, Humberto Costantini.) Creo que en esta novela hay más un trabajo de autoconciencia, es decir: que es una novela que reflexiona sobre las múltiples versiones que puede haber de una historia, de cómo se cuenta, de cómo se concita la atención de un lector, de cómo se construye la así llamada verosimilitud. No hay tesis alguna detrás de esto, claro. Hay más preguntas que respuestas.~

EL JUEGO DE LAS VERSIONES

La siguiente es una entrevista efectuada por Augusto Munaro para el diario “La capital” de Rosario y publicada allí, en una versión más extensa, el pasado 18 de mayo de 2008.


Por Augusto Munaro

Eduardo Berti (1964) es uno de los escritores argentinos más prolíficos de su generación. Su versatilidad como cuentista, antólogo, traductor, novelista y recientemente editor lo convierte en un autor muy activo y personal. Escribió dos tomos de cuentos —“Los pájaros” y “La vida imposible”—, pero ha sido el género novelístico el que mejor repercusión ha alcanzado en la crítica argentina y europea. Sus novelas “Agua”, “La mujer de Wakefield” y “Todos los Funes” le han valido premios y, lo que es más importante aún, la oportunidad de ser traducido a numerosos idiomas y leído por otros públicos.

“La sombra del púgil” (Norma) es su cuarta y última novela. En ella, Berti nos revela su fascinación por el relato múltiple, su capacidad por explorar las técnicas narrativas con el fin de escribir con claridad una historia desbordante y compleja. Un matrimonio y sus tres hijos, el mundo boxístico, la amistad, el juego de la memoria, el relativismo de una historia abordada desde varias miradas representan y solidifican los fundamentos de una obra que revela la preocupación de su autor por indagar e innovar las posibilidades del género novelístico.


—Como acontece con sus anteriores novelas, “La sombra del púgil” es disímil a todo lo que haya escrito hasta el presente. ¿Cuáles fueron los mayores desafíos que debió afrontar al escribir la novela?


—Bueno, justamente ése es el primer gran desafío: tratar de no repetirse o, al menos, de entablar variaciones en torno a ciertas obsesiones que irremediablemente llaman a la puerta. Me gusta pensar que estoy escribiendo una novela que no sé si soy capaz de escribir. "Me gusta" es una manera de decir, porque esa incertidumbre no excluye momentos de angustia, claro. Como punto de partida, me planteé algunas cosas: plasmar una historia totalmente ambientada en Buenos Aires, luego de haber ambientado mis novelas anteriores en Inglaterra o Portugal o Francia; no incurrir de nuevo en un narrador en tercera persona y no partir de ningún juego de intertextualidad, si bien se puede afirmar que “La sombra del púgil” es por momentos una novela autoconsciente, pero eso es otra cosa.


Ultimamente varios escritores nacionales han publicado novelas donde se mezclan la ficción en primera persona y la autobiografía. ¿Cuán autobiográfico cree que sea su libro?

—Los escritores solemos "reelaborar" a partir de experiencias propias o cercanas. Armamos un personaje combinando rasgos de personas que frecuentamos, nos preguntamos qué habría sido de nuestra vida o de la vida de Fulano si en lugar de haber tomado tal decisión hubiese tomado tal otra en determinado momento. Fantasías e hipótesis por el estilo. En todas mis novelas he trabajado de este modo: el personaje Funes está basado en mi padre, por ejemplo. Es cierto, sin embargo, que en “La sombra...” muchas cosas son más palpables que en mis novelas anteriores: los tres hermanos —los narradores— son mis contemporáneos y buena parte de sus recuerdos o vivencias son las de mi generación. Pero, ante todo, apoyé casi toda la trama sobre datos de mi familia y de la familia de mi mujer: inventé una especie de monstruo combinando libremente elementos de las dos familias (elementos reales y no tanto), a los que a la vez alteré sin ningún prurito en beneficio de lo que iba pidiendo la lógica novelesca.


—Uno de los tantos aspectos originales de “La sombra del púgil” es su modo de experimentar los tiempos narrativos. La forma en que entrecruza el pasado y el presente con el fin de contar la historia. Un relato que no se cierra sino que se expande a través de las distintas épocas, como ocurre al percibir la realidad misma. ¿Podría considerarse el libro como una posible teoría de la narración?


—No tengo todas las cosas totalmente claras o preestablecidas antes de ponerme a escribir una novela. Muchas cosas las voy descubriendo a medida que avanzo, y no siempre escribo todo en riguroso orden cronológico. También me pasa que pienso tomar un rumbo pero, en el medio, advierto que otro camino es mejor. Lo que sí suelo tener bastante en claro es la trama básica, un inicio y un final, un "tono", una perspectiva (que tiene que ver con quién narra y cómo) y la "forma" de la novela. Con esto último me refiero al aspecto formal: en “La mujer de Wakefield”, por ejemplo, trabajé con una serie de capítulos muy breves; en "Todos los Funes" superpuse realidad y sueño, presente y pasado. Un elemento clave en “La sombra del púgil”, creo yo, es el juego de las versiones: no hay una historia definitiva, sino un cúmulo de versiones alrededor de dos historias centrales (la de amor, la "deportiva"). Esto impuso una forma, la de los relatos que se van complementando. Y esto bien puede haber suscitado lo que llamás "teoría".~

QUE ES 'LA SOMBRA DEL PUGIL'



"La sombra del púgil" narra tres obsesiones: un boxeador que desea volver a enfrentar al único adversario que logró vencerlo; un amor imborrable y al límite de lo prohibido; tres hijos que intentan conocer más a su padre. De fondo, los años setenta. En primer plano, una familia y dos tías solteras (inseparables rivales, como los púgiles) que atesoran un fabuloso reloj, testigo no tan mudo de los hechos. Berti ha escrito una fascinante novela que se inscribe en la prestigiosa tradición que une a Henry James, Faulkner y Onetti.


“Un verdadero talento innovador”
Paul Bailey, Daily Telegraph

"Una literatura muy personal e innovadora que proporciona al lector un formidable placer"
Gérard de Cortanze, Le Figaro

“Un escritor inclasificable, es decir, precioso"
Frédéric Vitoux, Le Nouvel Observateur

"Una prosa fluida, precisa y vigorosa"
Ernesto Schoo, La Nación

"El talento y la gracia de Eduardo Berti resultan totalmente indiscutibles"
Antón Castro, Abc

"Uno de los novelistas más originales y más dotados de todos cuantos hoy escriben en español"
Alberto Manguel




EDUARDO BERTI

Eduardo Berti nació en Buenos Aires, Argentina, en noviembre de 1964.

Su primer libro de ficción, la colección de cuentos "Los pájaros" (1994), fue elogiado por la crítica, obtuvo el Premio-Beca de la Revista Cultura y fue considerado como uno de los mejores libros del año por el diario Página/12.

A este libro le siguieron dos novelas de importante repercusión: "Agua" y "La mujer de Wakefield", ambas publicadas en Argentina y España por Tusquets Editores.

La primera fue traducida al francés (Le désordre électrique, Editions Grasset), al inglés (Agua, Pushkin Press) y al portugués (A Desordem Eletrica, Temas e Debates).

De "La mujer de Wakefield" hubo traducciones al japonés y al francés.
La versión francesa (Madame Wakefield, Grasset) fue finalista del prestigioso premio Fémina que se entrega en Francia al mejor libro extranjero del año.

En 1998, Berti se radicó por varios años en París (Francia), donde se desempeñó como periodista cultural y corresponsal para medios argentinos (Rolling Stone, TXT, etc), impartió cursos de escritura, plasmó el guión de la película "Nordeste" (dirigida por Juan Solanas, protagonizada por Carole Bouquet) y continuó con su obra literaria.

En el año 2002 publicó de forma simultánea en España y en Argentina (Emecé Editores) los cuentos muy breves de "La vida imposible" cuya traducción al francés, La vie impossible, editada por Actes Sud, recibió el premio Libralire-Fernando Aguirre que en ediciones anteriores ganaran Enrique Vila-Matas o Francisco Ayala.

Un año después reeditó (en versión corregida) Los pájaros, a través del sello madrileño Páginas de Espuma, especializado en relato y cuento.

Dos años más tarde llegó su muy bien recibida novela "Todos los Funes" (Anagrama Editores), finalista del prestigioso Premio Herralde. Votado como uno de los libros del año en el Times Literary Supplement de Gran Bretaña, "Todos los Funes" fue traducido al coreano y al francés.

En los últimos años, Berti se dedicó a traducir los cuadernos de apuntes del escritor norteamericano Nathaniel Hawthorne, los poemas de Silvia Barón Supervielle, el ensayo “Con Borges” de Alberto Manguel o la pequeña e bastante ignota novela “Lady Susan”, de Jane Austen, entre otros libros.

También publicó diversas antologías: desde “Galaxia Borges” (Adriana Hidalgo, 2007), en coautoría con Edgardo Cozarinsky, hasta “Nouvelles”, antología del nuevo cuento francés (Páginas de Espuma, 2006).

Además de escritor y traductor, Berti se ha desempeñado como periodista cultural y como guionista. Obtuvo diversos premios (entre ellos el Martín Fierro) por la realización de documentales sobre la música popular argentina. Publicó dos libros de ensayo periodístico: uno en colaboración con el cantante y compositor argentino Luis Alberto Spinetta, y otro ("Rockología") dedicado a analizar la evolución y las característica del llamado “rock argentino”.

Colaboró y lo sigue haciendo con los principales diarios de Buenos Aires (La Nación, Clarín, Página/12, Crítica), formó parte de la redacción cooperativa de la revista “El Porteño” durante los años ochenta, y asimismo escribe regularmente en “Letra Internacional” (ediciones de España, Alemania, Rumania o Dinamarca) y en “Letras Libres” (México y España).

Con respecto a sus últimas obras literarias, en 2007 editó un cuento largo (“Retrospectiva de Bernabé Lofeudo”) dentro de la colección “Un endroit où aller” que en Francia dirige y coordina Hubert Nysen, fundador del sello Actes Sud.

Ese mismo año, mientras Actes Sud editaba en bolsillo (colección Babel) "Madame Wakefield", también dio a conocer su primer libro no narrativo. Mezcla de prosa poética con “greguerías” en claro homenaje a Ramón Gómez de la Serna (“ramonerías”, las llama Berti) fue publicado en Francia, en edición bilingüe, por Editions Meet, y lleva por título "Los pequeños espejos/Les petits miroirs".

Abril de 2008 es la fecha de salida de su cuarta novela, "La sombra del púgil", editada por Norma (en Argentina y Colombia), La Otra Orilla (España, en junio de 2008) y nuevamente por Actes Sud (Francia), en octubre de 2008.~



INICIO DE LA NOVELA


Corría el año setenta y seis, o a lo sumo el setenta y siete, y por entonces en casa de nuestras tías había un reloj con forma de catedral que no andaba nunca o casi nunca y que, sin ser muy grande en sí, era objetivamente grande para la mesa baja de madera y vidrio en que se hallaba y era también algo suntuoso para la habitación, o sea el oscuro comedor de aire asfixiante, donde entre muebles y adornos de escaso o nulo valor y de escaso o nulo interés ese reloj enseguida sobresalía como lo único atractivo, al menos para nuestros ojos infantiles.


ENTREVISTA EN "ADN"

Por María Sonia Cristoff
Para LA NACION/ADNCultura


Sólo porque es el intervalo pascual, la entrevista puede transcurrir afuera, en una mesa de bar de Palermo, sin riesgo de que los ruidos impidan oír todo lo dicho. Podría decirse que con esa misma cualidad -latente, pero sin énfasis-, la ciudad aparece en la novela que Eduardo Berti acaba de publicar, “La sombra del púgil” (Norma), en la cual varias historias se van entretejiendo y remiten a una Buenos Aires que no aparece nunca descrita pero en cambio sí invocada en su atmósfera, su ritmo, sus ritos, su espanto. Antes de esta novela, salvo por algunos cuentos de su primer libro, “Los pájaros”, y por algunos episodios de su novela “Todos los Funes”, la narrativa de Eduardo Berti no había tomado nunca como locación central la Argentina ni tampoco ninguna ciudad, país o territorio que pudiera tener, por la razón que fuera, la marca de lo muy familiar.

-¿Cómo se produce este giro?

-Creo que es algo que siempre estuvo ahí. Mientras trabajaba en una historia que transcurría en Inglaterra, en Portugal o en Francia, de algún modo percibía que estaba postergando la novela que transcurriera en la Argentina. Sencillamente me pasaba que, para escribir en la línea que a mí me interesa, no encontraba la distancia justa para trabajar con cosas cercanas en espacio y en tiempo. O, definiéndolo por la afirmativa, me tentaba más ambientar en otros lugares e incluso en otras épocas, me liberaba más. Un poco como dice L. P. Hartley en las líneas iniciales de The Go-Between : "El pasado es un país extranjero". Creo que eligiendo un pasado y un lugar lejanos, me iba a una doble extranjería. En esta novela, sin embargo, me pareció que estaban dadas las condiciones para intentar un buen desafío, para renovarme. Lo peor que podría pasarme sería sentir que estoy escribiendo otra vez el mismo libro.

-Sin intentar reducirlo a una relación causa-efecto, ¿podría decirse que en esta decisión están presentes los años vividos en París, que el desplazamiento geográfico dejó huellas en tu escritura?

-El corazón de esta novela fue escrito en Europa, parte en Francia y parte en España. Acá sencillamente la revisé. Creo que haber estado casi ocho años viviendo afuera fue crucial. Si no hubiese tenido esa distancia, no podría haber ambientado la novela acá. Tengo tendencia a huir de la literatura muy mimética, en la que se reconocen cosas. Al contrario, me gusta que las cosas aparezcan extrañas, o en todo caso que se muestren con otra luz y otra perspectiva. No por eso hablo del extrañamiento clásico, el de un cuento de Julio Cortázar o de Dino Buzzati, por ejemplo; más bien me interesa que se genere el efecto de un pequeño corrimiento. La distancia geográfica facilitó eso por el inevitable extrañamiento que se produce con respecto a la propia lengua, lo que para mí fue fundamental para evitar clichés, formas reconocibles como actuales. Me interesaba trabajar con el concepto de oralidad pero no de naturalidad en el lenguaje. Por otra parte, ocurre que varias de las historias que se cruzan en esta novela son versiones de hechos que pasaron en mi familia y en la familia de mi mujer. Todo ese mundo, que era puro presente, pasó en muy pocos años, justamente en los que coincidieron con mi viaje, a formar parte del pasado: los personajes implicados en ellas ya están muertos. El país cambió, yo también, ellos también. Las cosas entonces siguieron siendo familiares, pero a la vez en muy poco tiempo se volvieron distantes. Yo me siento a gusto escribiendo con esa mezcla de distancia y familiaridad, que en la tradición argentina encontramos en la literatura de Silvina Ocampo o en ciertos cuentos de Juan José Hernández.



Eduardo Berti parece escribir a contrapelo de Leon Tolstoi no solo en lo que concierne a la recomendación de pintar la propia aldea, sino también, en La sombra del púgil , respecto del célebre pasaje de Anna Karenina que implícitamente sugiere que la felicidad familiar no podrá ser nunca material narrativo interesante. Si bien la novela plantea una mirada crítica sobre la estrechez, "el radio reducido, endógeno" que proponen las familias, y aunque tiene también varias, más bien muchas líneas de lectura que remiten a las formas más disímiles de la infelicidad, en forma paralela La sombra del púgil logra conformar, alrededor del pequeño núcleo conformado por padre, madre y tres hermanos que todas las noches se reúne alrededor de la mesa, una atmósfera en la que se entrecruzan complicidad, curiosidad por los otros, ausencia de reproches. En la audacia para abordar los momentos felices y en la forma sutil en que está resuelto ese tema muchísimo más espinoso que otros con fama de riesgo, esas cenas recuerdan el poema narrativo de Drummond de Andrade, La mesa , donde los vínculos familiares están abordados como pocas veces en la historia de la literatura. Claro que en La sombra del púgil esos encuentros alumbrados por las historias que el padre va desplegando son destellos, instantes, incluso hasta pueden ser leídos como forma de acallar los horrores circundantes.

-¿Qué te planteaste al abordar el tal vez más complejo de esos horrores, los años de la última dictadura militar?

-En principio me pareció que, como el punto de vista narrativo corresponde a alguien de mi generación, nacido durante los años sesenta, el relato tenía que estar atravesado por el universo de los padres. Sus miedos, sus silencios, sus evasivas mediaron irremediablemente la forma en que mi generación vivió la dictadura. Y fundamentalmente me planteé hablar de lo gris. Como decía Primo Levi, hay millones de grados de gris, y si no se trabaja sobre esos matices, no se puede entender la historia. Porque, si no, el riesgo es pensar que todos los que no fueron ni víctimas ni victimarios fueron necesariamente cómplices de las víctimas o de los victimarios. No, no creo que haya sido así, creo que es mucho más complejo. Está ese padre testigo, que trabaja en la biblioteca y en el archivo del Congreso en una época tremenda y que no por eso es responsable de lo que ocurre, y que a la vez, en ese encuentro casual que tiene con una pareja de exiliados durante esas vacaciones en Brasil, se niega a hacer algo que, justamente desde su trabajo, podría haber ayudado a rastrear el paradero de tres personas desaparecidas. A mí me interesaba mostrarlo así, en toda su contradicción, y en todo caso mostrar que para los hijos es mucho más complicado tener que lidiar también con esa contradicción. Desde la perspectiva de los hijos, sería mucho más simple juzgarlo que, como ocurre en un momento con el hermano mayor, tergiversar esa anécdota del Brasil. Contarla de otro modo es su propia forma de decir que hubiese deseado que su padre no hubiera actuado así, de intentar sacarse de encima la incomodidad que también a él, como hijo, el recuerdo le provoca.

El recurso al que apela ese hermano mayor, que en un momento dado reescribe la historia familiar y al hacerlo dice mucho sobre sí mismo, es un mecanismo común a todos los personajes de esta novela: a los tres hermanos que llevan adelante la voz narradora, a sus padres, a sus dos tías enigmáticas y a Justino, el púgil. Este sistema fragmentario de narración hace de La sombra del púgil una novela que va conformando un lector adictivo, entregado a lo que esos microrrelatos van revelando, y a la vez activo, dispuesto a confiar menos en lo que cualquiera de los personajes asegura que en sus propias deducciones e hipótesis. Las otras versiones que complementan o contradicen lo dicho, las vueltas de tuerca y las relecturas no son nuevas en las novelas de Eduardo Berti: se hacen presentes a través de lo que se deja saber en el final de Agua , de las coincidencias onomásticas y fantasías de plagio que envuelven al personaje central de Todos los Funes , y en la complementariedad que La mujer de Wakefield establece respecto del célebre cuento "Wakefield" de Nathaniel Hawthorne. Un guiño a esta reescritura constante, a esta circulación inevitable de versiones e historias que está presente en la literatura y también en nuestros relatos cotidianos, aparece también en el libro que el año pasado Eduardo Berti publicó en conjunto con Edgardo Cozarinsky, Galaxia Borges. En él se compilan textos de dieciséis autores que, en la vida o en su obra, estuvieron próximos a Borges y que dan lugar al interesante concepto de galaxia, usado por ambos compiladores para referirse a "esa suerte de telaraña que une a diferentes escritores que supieron cumplir roles de lo más variados: maestros o discípulos, rivales o cómplices, interlocutores varios, colaboradores cercanos, coautores ocasionales".

-Podría decirse que tu obra viene desde hace tiempo trabajando conceptos como la originalidad, la copia y las apropiaciones. ¿Qué dirías acerca de esa reflexión que parece ser una constante en tu narrativa y que últimamente ha dado lugar a muchas reyertas y a unas pocas intervenciones críticas?

-Creo que el trabajo intertextual, que preferiría llamar la reescritura, no es un recurso posmoderno, como a veces se dice. Es algo que viene desde mucho antes: tenemos a Babrio y a Fedro reescribiendo las fábulas de Esopo, que después fueron reescritas por los predicadores de la Edad Media, hasta llegar a Augusto Monterroso o Ambrose Bierce, que las reescriben en el siglo XX: esa moneda que gira es justamente la que funda la literatura, esa necesidad de reescribir es uno de sus motores más fuertes. La Antología de Spoon River de Edgar Lee Masters, por ejemplo, que cuenta la historia coral de un pueblo a través de sus epitafios y que durante muchos años fue para mí uno de los libros más originales que había leído, tiene su antecedente directo en la Antología Palatina , uno de cuyos libros está íntegramente constituido por epitafios. Y eso sin embargo no le quita nada al libro de Edgar Lee Masters, que escribe otra historia e incluso hace un guiño manteniendo la palabra "antología". La originalidad no es más que un mito romántico. En todo caso, la originalidad está en que no "nos copiemos" todos de lo mismo: quiero decir, todos tenemos lecturas distintas, incluso hechas en momentos distintos, influencias distintas, y por eso escribimos distintas cosas. Me parece que una cosa son esas apropiaciones, de las que está hecha la historia de la literatura, y otra muy distinta es un plagio.

En La sombra del púgil , esa mirada fragmentaria y múltiple se destaca aún más al ser la primera de las novelas de Eduardo Berti que abandona la perspectiva exterior, la mirada en tercera persona, para optar por una voz narradora en primera persona del plural que va circulando entre los tres hermanos. Por momentos parece pertenecerle a uno de los tres; por momentos, a otro. Al final, cada lector hará su apuesta. El mayor de los hermanos es historiador; el del medio, biólogo; el tercero, periodista: profesiones que, aseguran, tienen todas la matriz del afán investigativo que el padre les inculcó en aquellas cenas familiares repletas de relatos y versiones sin completar. Tres que comparten, que agregan, que construyen. Más o menos así trabajaba Eduardo Berti en su adolescencia, dice, cuando con dos amigos fundó una revista subte directamente relacionada con un tema que, al igual que el punto de vista narrativo y la locación argentina, sorprende en esta última novela suya: el boxeo, el cual da lugar a una de las historias más apasionantes que el padre de La sombra del púgil tiene para contar.

-¿Cómo fue que aquella experiencia se transformó hoy en material narrativo? ¿Siguió siendo asidua tu relación con el boxeo?

-Hoy, cuando las peleas se ven tan bien que no hay nada que reponer en la transmisión, ese interés se ha ido desdibujando, pero en mi adolescencia seguí muy de cerca el universo del boxeo. En aquella época de la revista estábamos totalmente interesados -en algunos casos, subyugados- por personajes como Bonavena, Galíndez, Monzón, Pascual Pérez; y también por Accavallo, el payaso boxeador, o Sergio Víctor Palma, el boxeador intelectual, o Nicolino Locche, que ganó el título del mundo esquivando más que golpeando. Y también por todos esos relatores como Dante Zavatarelli, que empezaba las transmisiones de fútbol diciendo: "Señoras, señores, augurios de una tarde feliz", o como Ulises Barrera, que comentaba las crónicas de boxeo haciendo referencia a un mito griego. No era tanto quién iba a ganar o perder lo que nos interesaba sino esas voces que rodeaban las peleas, los partidos, las historias que estaban detrás del deporte. Creo que a su manera es algo parecido a lo que les ocurre en esta novela a los tres hermanos con el reloj familiar, que juega un papel clave a lo largo del relato. Mientras que la generación previa estaba obsesionada por que el reloj diera la hora o no, a ellos este les interesa únicamente como portador de las claves, de las piezas que les permitirán completar la versión tripartita de la historia que ellos arman.~